domingo, 4 de septiembre de 2011

Yo.. no puedo.


Vi como bajaba las escaleras corriendo, y después cerré la puerta. Me apoye en esta, y cerré los ojos, pensando en lo irreal que había sido todo aquello. Me separé de la puerta y fui al salón, aún seguían las latas de Coca-Cola y la caja vacía de la pizza encima de la mesa, me acerque y lo recogí todo. No podía dejarlo así. Cuando terminé de recoger me fui a mi habitación y miré la hora en el reloj que había en mi mesilla, eran algo más de las 7:30. Tenía dos horas para arreglarme y cenar, pero tenía tiempo de sobra, ya me había duchado y tenía el pelo seco; solo tendría que alisármelo, vestirme, y arreglarme un poco. Me tumbé en mi cama, y cogí el libro que estaba en mi mesilla, “El diario rojo de Carlota”, lo abrí y comencé a leer. No me apetecía pensar en todo lo ocurrido, no quería comerme la cabeza, y leer era una buena forma de distraerme. Pero no pase de la página en la que anteriormente me había quedado, ya que estaba tan cansada que me quedé dormida.
Después de un rato, pude sentir una mano sobre mi hombro, que me sacudía con delicadeza y susurraba algo.
-Cariño, cariño. La cena está en la mesa, despierta. –me dijo mi padre con delicadeza.
-Eh, ¿qué pasa?
-Venga, vamos. –dijo mientras se levantaba.
Abrí los ojos y pude ver como salía de la habitación, me froté los ojos, me incorporé poco a poco, y después miré la hora, las 8:30, habría dormido algo más de media hora, pero bueno, me encontraba algo mejor. Me levanté, salí de mi habitación y fui a la mesa del comedor.
-¿Qué tal el día? –pregunto mi madre mientras me sentaba.
-Bueno, no ha estado mal. Muy normal. –le mentí.
-Has ido al entrenamiento, ¿no? –preguntó mi padre.
-Claro. –dije mientras metía la cuchara en la sopa. – ¿Y vosotros qué tal?
Mis padres comenzaron a hablar, contándome todo, pero yo no atendía, recordé que había quedado, y que tenía que darme prisa.
-Ah, por cierto... He quedado a las 9:30 con estas. –les interrumpí.
-¿Dónde vais a ir? –preguntó mi padre. –Ya sabes que no me gusta que estéis por ahí solas.
-Ya, ya. Pero tranquilo, vamos a ir a... –me callé un segundo, no podía decirle que nos íbamos a colar en una discoteca en el horario de mayores como hacíamos siempre. –A casa de un amigo, que va a montar un fiesta.
-¿Qué amigo, le conozco? –preguntó.
-No papa.
-¿Es del instituto?
-Federico, deja a tu hija en paz. Ya es mayorcita. –intervino mi madre.
Yo la miré y le sonreí, ella siempre me apoyaba, ¿por qué? Es una larga historia, pero os la resumiré lo más que pueda; mis padres son muy jóvenes. Mi madre tiene 31 años y mi padre 32, se conocieron con 14 años, cuando un verano mi padre viajo a Washington, desde aquel verano han estado siempre enamorados, o eso me han contado... Bueno, que después de dos años, mi madre viajo a Madrid para poder ver a mi padre, y se quedo embarazada de mí, y como se querían tanto, siguieron adelante con ello, mi madre se mudo aquí, para poder estar con mi padre, y con ella vinieron mis abuelos, que mientras mi madre seguía estudiando, ellos cuidaban de mí, hasta que bueno, se casaron, y empezaron a vivir juntos y todo eso. Y bueno, como ellos han vivido tantas experiencias desde muy jóvenes, me imagino que es por eso que mi madre me entiende tan bien. Pero, creo que es por esa misma razón, que mi padre me protege y me controla tanto, pero en fin.
Mi padre la miro, puso una sonrisa torcida y volvió a mirarme a mí.
-No llegues tarde, ¿vale? –me dijo.
-No, tranquilo.
-¿A qué hora llegarás? –preguntó.
-Eh, a las ¿3:00? –dije mirando a mi madre.
-Claro que sí cielo. –contestó ella.
Mi padre no dijo nada, aunque por su expresión, estaba claro que no le hacía mucha gracia. Terminamos de cenar tranquilamente, después yo me levanté, lleve mis platos a la cocina, y me fui a mi habitación para arreglarme.
Abrí el armario, y me quedé mirándolo un rato. No estaba muy segura de que iba a ponerme, pero por fin me decidí. Saqué una falda gris abombada, y un top azul, saqué unos tacones grises de su caja, elegí el bolso y la chaqueta, azul, a juego con el top, después cerré el armario y me fui al baño para encender la plancha del pelo. Cerré la puerta, llamadme rara, pero no me gusta que me miren mientras me arreglo. Empecé a alisármelo, y terminé en seguida. Tengo el pelo ligeramente ondulado, por lo que no me cuesta mucho alisarlo, pero no me gusta como queda cuando no lo hago. Cuando termine, me lo recogí con una pinza para terminar de arreglarme; abrí el cajón que sostenía el lavabo y saqué las pinturas. Me hice lo de siempre, perfilar mis ojos con la raya, sombra negra en los parpados, suficiente para resaltar mis ojos, pero no demasiada como para eclipsarlos, algo de rimel en las pestañas para alargarlas, un poco de colorete en los pómulos, y el gloss claro está, pero eso lo hacía al final, justo antes de salir de casa. Volví a mi habitación y me quité la ropa que había llevado toda la tarde, la deje sobre la cama, estaba limpia; después me puse las medias, estábamos en pleno noviembre, por lo que ya se podía sentir frío, luego me puse la falda, seguido el top, por último me senté en la cama, para poder ponerme mejor los tacones, volví a levantarme y me giré para mirar el reloj, eran las 9:15, me quedaban 15 minutos para que Sammy estuviera en mi casa. Cogí el bolso que había elegido antes, lo abrí, estaba vacío, metí mi móvil, busqué las llaves en mi habitación, hasta que recordé que estaban en la mesa de la entrada, las había dejado ahí después de subir con la pizza. Me dirigí a la entrada, y vi a mis padres en el salón, sentados en el sofá donde hacía unas horas había estado yo con Justin; cogí las llaves y volví. Al volver al pasar por el salón mi padre me miró.
-¡Pero que niña más guapa que he hecho yo! –dijo riendo.
Yo me paré y le miré. Mi madre tosió, como reclamando.
-Bueno, hemos. –rectifico mi padre.
Mi madre río y besó a mí padre en la mejilla. Mientras contemplaba la escena, recordé que no tenía dinero, me lo había gastado todo el sábado pasado. Me acerque a ellos, y me senté en brazo del sofá.
-Y como has hecho siempre las cosas tan bien, le vas a dar a tu niña tan guapa algo de dinero, ¿verdad, papi? –dije sonriéndole.
-Vamos, dale algo Fede. –dijo mi madre.
Mi padre se saco del bolsillo de sus vaqueros la cartera. Echo un ojo, y después me dio un billete de diez euros. Yo lo cogí, pero le miré nuevamente poniendo cara de cordero degollado.
-¿Cuánto más quieres? –pregunto con fastidio. –Ya te di el miércoles 150 para que te compraras toda esa ropa. ¿No te sobró nada?
-Joder, pero si solo las Supra me costaron 100. –dije excusándome.
-¿Y los otros 50? –volvió a cuestionarme.
-Joe, me compre más cosas.
Mi padre siguió interrogándome, y mi madre se levanto. Al rato vino.
-Anda, ten. –dijo dándome otro billete de diez euros.
-¡Genial! Gracias mami. –dije dándole un beso.
-Pero ni se te ocurra llegar mal. –me dijo mi madre mientras me iba a la habitación.
-¡No! –chille.
Metí los 20 euros en el monedero, después metí este en el bolso junto con mis llaves; inmediatamente después sonó el telefonillo.
-¡Dile que ya bajo! –chillé.
No obtuve respuesta, pero me imagino que así harían alguno de los dos. Después cogí la chaqueta y el bolso y fui al baño, volví a coger el gloss y me heché un poco en los labios, lo justo para que brillaran y cogieran volumen, metí  el gloss en mi bolso, después me puse la chaqueta y me solté el pelo, guardé la pinza en el cajón a la vez que sacaba en cepillo, me cepillé un poco el pelo, me miré en el espejo, “perfecto” pensé. Después fui a la entrada, donde me miré una vez más en el espejo de cuerpo entero que había en la pared. Me encantaba aquella falda, sonreí para mí. Después abrí la puerta.
-Adiós, a las 3:00 estoy aquí. –dije al salir.
Baje por el ascensor, y salí. Allí estaba Sammy esperándome.
-¡Pivonazo! –me chilló.
-Aiis, que te como. –dije mientras le daba dos besos.
-Estás guapísima.
No tanto como tú. –dije sincera.
Después empezamos a andar en dirección casa de Serena, llamamos al telefonillo, contestó su hermano, nos dijo que ya bajaba. Mientras esperábamos, recordé un pequeño detalle que haría que la noche fuera muy larga. Sammy y Serena, toda la noche hablando de Bieber. Lo único que quería era olvidarme, o por lo menos no pensar en ello. No iba servir de nada estar pensando en él toda la noche, pero si Sammy y Serena hablaban toda la noche de él, me iba a resultar imposible. Serena salió del portal, y se acercó a saludarnos, diciéndonos lo guapas que estábamos.
-Tú también estás genial. –le dije.
Ella sonrió.
-Por cierto, ni se os ocurra poneros a hablar toda la noche del Bieber, eh.
-No hemos dicho nada. –dijo Serena.
-Aún. –bromeó Sammy.
-Pues eso, ni nombrarlo, ¿vale?
-¿Por qué? –dijo Serena.
-Porque no. Bastante que os acompañe ayer. –dije bruscamente. La verdad es que no me había importado acompañarlas, y menos después de lo que había pasado por la tarde, pero quería pasármelo bien, no comerme la cabeza.
-Vale. –dijo Sammy.
Nos dirigimos a casa de Emma, llamamos y enseguida bajo. Estaba estupenda, como todas.
-Bueno, ¿dónde íbamos? –preguntó Serena.
-A Kapital, ¿no?
-Genial. –contestó Serena.
Las cuatro nos dirigimos hasta la parada del autobús, no tuvimos que esperar mucho, el autobús llego enseguida, y pronto estuvimos frente a la discoteca. La entrada estaba petada, como cada sábado que íbamos.
-¿La técnica de siempre? –preguntó Sammy.
-Claro. –contestó Emma con una sonrisa en la cara.
Todas nos miramos y sonreímos, sabíamos bien lo que aquello significaba.
Nos pusimos a la cola dispuestas a esperar; mientras avanzábamos hablábamos de todo un poco, cosas sin importancia. Y cuando no quedaba ya mucha gente Serena nos aviso, entonces nos miamos y las cuatro a la vez, nos abrimos los abrigos, y bajamos un poco la camiseta, sé que es un poco rastrero, pero los porteros nos dejaban pasar fácilmente si enseñábamos un poco, y al fin y al cabo, no hacíamos daño a nadie.
Al rato estábamos ya dentro de la discoteca, la música sonaba fuerte y con marcha, las luces de colores parpadeaban rápidamente, cegándonos en ocasiones. Bailábamos las unas con la tras en la pista, divirtiéndonos. Hasta que llegado un punto, los chicos empezaban a acercarse, entonces nos divertíamos todavía más. Siempre solían ser chicos de 18 años, incluso menos, pero nunca de más, si eran mayores, pasábamos, a menos que fueran muy, muy guapos, entonces subíamos el margen a 20, de ahí sí que ya no pasábamos. La mayoría de las noches, todas solíamos atraer a uno por lo menos, luego ya dependía de nosotras si teníamos algo con él. La primera fue Serena; se acercó a ella un chico alto, moreno, bastante guapo, y poco a poco la iba alejando de nosotras... Cuando quisimos darnos cuenta, estaban comiéndose la boca mutuamente a unos metros de nosotras. Seguida de esta fue Sammy, que no tardo mucho en irse a la barra con un chico rubio al igual que ella. Ya solo quedábamos Emma y yo bailando, pero a mí no me apetecía estar con nadie aquella noche. No sabía porqué, ya que yo no tenía nada con Justin, no estaría haciendo nada malo, y tampoco es que estuviera enamorada, solamente me gustaba, pero no me di cuenta de lo mucho que me gustaba hasta un rato después. Le sugerí a Emma que nos fuéramos un rato a la barra, que estaba un poco cansada, aceptó. Así que allí fuimos, y le pedimos al camarero que nos sirviera un par de Coca-Colas. Emma y yo empezamos a hablar, a comentar cosas banales, sin importancia, de vez en cuando se nos acercaba algún chico, pero  para mí ninguno lo suficientemente bueno como para irme con él un rato.
-¡Eh, tía, que me llaman, y es mi madre, así que voy al baño un momento a cogerlo! –me chillo Emma para que la escuchara.
-¡Vale, yo te espero aquí!
-¡No tardo!
Después se alejo, y yo me quede ahí sola, esperando a que volviera. Saqué mi móvil de bolso, eran a penas la 1:00, y todavía me quedaba noche por delante. Mire mi vaso de Coca-Cola casi vacío, lo miraba embobada, había empezado a pensar en Justin, hasta que alguien me saco de mis pensamientos.
-¿Quieres otra? –me pregunto una voz familiar.
Mire hacía arriba, y allí estaba Diego, mirándome con  una sonrisa en la cara. Diego era mi sueño de cada sábado noche, era el bar-man de la discoteca, tenía 19 años, estudiaba la carrera de periodista, pero trabajaba ahí los fines de semana para sacar algo de dinero, es un buen chico, inteligente y guapo, parecía perfecto, más de una vez había hablado con él mientras me servía algo en la barra, por eso sabía algo de él, además siempre que se lo pedíamos nos servía algo de alcohol, era genial, a mí me encantaba; pero tenía muy claro que nunca se fijaría en mí, o eso creía yo hasta esa noche.
-Claro, gracias. –le conteste.
-¿Con alcohol, o sola?
-Hoy no me apetece beber.
-Como quieras.
Al rato volvió con otra Coca-Cola, me acercó un vaso, y yo le pague, pero él me devolvió el dinero.
-Esta invito yo. –dijo sonriendo.
Tenía una sonrisa muy bonita, pero no como la de Justin, no tenía la misma magia.
-Gracias.
Después empezamos a hablar, pero tal y como había dicho Emma, no tardó en volver. Se acercó por detrás de mí, y me susurro al oído, “Veo que estás ocupada, no te molesto, me voy a echar un baile” después sentí como me dejaba el bolso en las piernas, pero cuando miré hacia atrás ya no había nadie.
Diego, me vio distraída.
-¿Estás bien? –preguntó.
-Claro. –dije mirándole nuevamente y dejando su bolso junto al mío. Después él siguió hablando.
Hablamos mucho tiempo, quizás una hora, él se iba de pronto cuando alguien le llamaba, pero no me importaba obviamente; me lo estaba pasando genial. Pero, entonces sin saber como, la situación empezó a tornarse.
-Hoy estás guapísima, -me dijo apoyándose en la barra.
-¿Ah, sí?
-Preciosa. Hoy tus ojos relucen más que nunca. –dijo acercándose un poco.
-No será para tanto. –dije tocando un mecho de mi pelo.
-Sí lo es, y tu pelo tiene un brillo especial esta noche. –se acercó un poco más.
 -¡Qué va! –dije bajando la mirada.
Noté como el se acerba un poco más a mí. Alcé nuevamente la mirada.
-Claro que sí. –dijo acercándose aún más.
Nos miramos, se acercó más, yo me quede quieta, no me lo podía creer, él me apartó un mechón de pelo que cubría mi cara, volvió  a acercarse, yo bajé la mirada, no pude evitarlo, cogió mi cara con su mano derecha, alzando mi rostro.
-Ya lo creo que sí –dijo muy cerca de mis labios.
Se acercó más aún y entonces me beso. Se alejo un poco de mí, lo justo para mirarme, después sonrió y volvió a acercarse a mis labios, pero yo me aparté. No sé porque lo hice, era Diego, mi sueño de cada noche, y me acababa de besar, pero no pude evitarlo.
Él m miró extrañado, me aleje de la barra un poco, cogí mi bolso y el de Emma.
-Lo siento, yo... Yo, no puedo. –después salí corriendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario