viernes, 23 de septiembre de 2011

Buenas tardes.

[Narra Justin]
Abrí los ojos lentamente, la verdad es que aún estaba cansado, pero ya no tenía sueño. Ella ya no estaba sobre mi pecho, pero aún podía sentir el calor de su cuerpo. Me gire; estaba aún dormida echa un ovillo contra mí. Miré hacia abajo, y me encontré con lo que me esperaba, lo de todas las mañanas, una tienda de campaña matutina bajo mis pantalones. Ese era el principal motivo por el que debí haberme ido a mi habitación la noche anterior, bueno, eso y que como me pillara mi madre o la suya... Uf, mejor no pensarlo. Recordé nuevamente el “problema” de debajo de mis pantalones, iba a ser incomodo si se despertaba y me encontraba así; me levante con cuidado de no moverla y fui al baño.
Volví del baño, “todo solucionado” pensé. Ella no se había movido ni un poco, volví a acostarme a su lado, no sabía que hora era, las persianas estaban bajadas, por lo que no podía deducir la hora por la luz del día, y había olvidado mirar la hora en el reloj de su mesilla, pero no iba a levantarme de nuevo. De todas formas, no debía de ser muy tarde, ya que no se escuchaba ni un solo ruido en la casa. Me quedé mirando el techo unos segundos, pensé en lo de anoche, aquellos besos, sus manos sobre mi cuerpo, ¿por qué las había apartado de repente? En fin... esperaba que se repitiera. Me gire y me apoyé sobre un brazo para poder mirarla. Me daba la espalda, pero yo aún así la miraba embobado. Recorría cuidadosamente cada una de las curvas que marcaba bajo aquel pijama rosa, me encantaba, era perfecta. Me veía tentado a pasar mis manos por su cuerpo, pero temía despertarla. No lo pensé más, acerque mi mano izquierda con cuidado hacia a ella, y la pase por encima de ella sin tocarla, dibujando su silueta en el aire, empezando desde sus piernas hasta toparme con su pelo, no dude un segundo. Cogí un mechón de su pelo y empecé a jugar con él, llevándome finalmente a enredar mi mano entera en su pelo. Me encantaba su pelo, su tacto suave, ese olor a mango y papaya que desprendía y reconocería en cualquier sitio, su color marrón oscuro casi negro, que hacía juego con sus dulces ojos del color de las avellanas. Toda ella era simplemente perfecta, no la conocía aún demasiado, pero no me hacía falta, cada rasgo de su físico y de su personalidad me llamaban a gritos, haciendo que mis cinco sentidos se centraran en ella y solo en ella. Un rápido movimiento suyo me hizo apartar mi mano de su pelo, se había colocado ahora boca a bajo, no me podía creer que siguiera dormida. Pero entonces, se estiró, y poco a poco se fue dando la vuelta hasta mirarme. Clavó sus ojos en mí, yo esbocé una pequeña sonrisa.
-Buenos días. –besé sus labios. – ¿Qué tal has dormido? –pregunté en un susurro.
-Mm, -bostezó, sonrió. –Genial. ¿Y tú?
-Estupendamente.
-¿Llevas mucho rato despierto?
-No, no mucho. Diez minutos como mucho.
-¿Qué hora es?
-Pues no tengo ni idea.
Se incorporó, y buscó aún un poco adormilada el reloj de la mesilla; me miró de nuevo.
-Son las 12:00. –volvió a bostezar.
-¡Joder! ¿Las doce?
-Sí, ¿qué pasa?
-No, nada. Solo que no suelo dormir tanto.
-¿Y eso por qué?
-No suelo tener tiempo. 
-Uf... Pues yo duermo mucho.
-¿Cuánto?
-Jajaja. –rió avergonzada. –Hasta la 1:00 por lo menos.
-Jajaja. Joder.
-¿Y hoy tienes que hacer algo?
-Hombre... algo haré. –me incorporé quedándome sentado junto a ella.
-Me refiero, bueno... Ya sabes, de tus cosas.
-Tengo una cena.
-¿Una cena?
-Sí, de Navidad y eso.
-Pero sí es 23.
-Sí, pero la Navidad pienso pasarla con mi familia, y contigo por supuesto. –le sonreí.
Permaneció en silencio, parecía estar pensando en algo.
-¿En que piensas?
-Pues, en que... eh, ¿tú familia?
-Claro. ¿Qué pasa?
-Pues, que... ¿Voy a conocer a tu familia?
-Sí, claro. ¿Por qué no?
-No sé, será un poco... Raro.
-Buah, tú tranquila.
-Mm, está bien. ¿Y está noche a qué hora vas a volver?
-Dirás, volveremos, ¿no?
-¿Qué? –preguntó sorprendida.
Yo reí antes su expresión.
-Claro, es que vendrás conmigo.
-Pero Justin... –sellé sus labios con un beso.
-Nada, tienes que conocer a mis amigos, y famosillos de este mundo.
-¿Famosillos?
-Sí, ya lo verás.
Sonrió a modo de respuesta. Me encantaba su sonrisa.
-¿Y a qué hora es? –preguntó.
-A las 8:30 hay que estar allí.
-¿Y el resto de la tarde vas a quedarte en casa?
-Bueno, en realidad... Tenía pensado salir. –la verdad era que acababa de pensarlo.
-Ah... ¿Y donde vas?
-Pensaba que deberíamos ir a dar una vuelta a un centro comercial.
-¿Deberíamos? –preguntó extrañada.
-Ale, -dije serio. –Creo que tienes que ir acostumbrándote al “nosotros” eh.
-No, no era eso.
-¿Entonces?
-Por qué debemos... No lo entiendo.
-Aiis, -acaricié su pelo. –Hay que comprar los regalos de Navidad.
Sonrió.
-Genial.
-Jajaja, ¿a qué hora te apetecería ir?
-Eh, no sé. No muy tarde, para estar temprano aquí. Si no, no me da tiempo a prepararme.
-Mm, ¿comemos a la una, nos vestimos y nos vamos?
-Me parece genial. –sonrió.
-Pues entonces vamos. –me levanté.
-¿A dónde?
-Abajo.
Se sentó en el borde de la cama. Se miró, después me miró.
-¿Así?
-Jaja, vale, vale. Pues cámbiate.
-Vete.
-Vale, vale.
Me encaminé hacia la puerta, y antes de salir me volví para mirarla.
-Te espero abajo.
Ella tan solo asintió, y yo salí de la habitación. Fui directo a mi habitación, la cama estaba desecha, pero ya la haría Reya, la chica de la limpieza. Abrí mi armario, y saqué unos vaqueros oscuros cualquiera, una camiseta negra; me puse la ropa y después mis supra negra. Antes de salir de mi habitación, pasé por el baño para colocarme un poco el pelo, entonces salí de mi habitación y baje a la cocina. Allí me encontré a mi madre y a Valery haciendo la comida, me pareció raro.
-¡Por fin! Buenos días bello durmiente. –me dijo mi madre.
Me acerqué a ella y la besé en la mejilla.
-Me parece que no captasteis muy bien el mensaje anoche. –susurró en mi oído algo enfadada.
La miré sorprendida, sabía a lo que se refería, estaba claro, nos había visto a los dos en su habitación, pero, ¿y su madre, nos habría visto? Esperaba que no.
-Sí, ya hablaremos tú y yo.
La miré resignado, más tarde, me tocaría charla. Me acerqué a la encimera de la cocina en busca de una manzana, donde Valery estaba partiendo unos cuantos tomates.
-¡Hola Justin! –me saludo alegre.
-¡Hola! –le respondí realmente aliviado, la alegría de su voz significaba que no sabía lo de anoche.
Cogí la manzana y me apoyé en la encimera, observando a mi madre y Valery moviéndose de un lado a otro en la cocina.
-¿Qué hacéis?
-Hijo mío, no lo ves. –contestó mi madre.
-Sí, pero o sea... ¿Dónde está Reya?
Mi madre se paro en seco, me miró.
-Cielo, ¿te falla la memoria? –no dije nada. –Reya se fue ayer de vacaciones.
Era cierto, se había ido, “me tocaría hacer la cama” pensé.
-¿Ayudo con algo? –pregunté.
-Lleva esas cosas a la mesa. –señalo mi madre.
Cogí las cosas que mi madre me había pedido, las llevé hasta la mesa y las coloque.
-¿Algo más?
-No, ya no hace falta nada. –contestó Valery.
-Vale. –me senté a la mesa. -¿Y qué hay para comer?
-Hamburguesas. –dijo mi madre colocándolas sobre la mesa.
-Genial. –me relamí, tenía hambre.
Justo en ese momento apareció Ale en la cocina, la miré de arriba abajo, llevaba unos vaqueros claros ajustados que marcaban sus curvas, una camiseta de manga larga rosa con un lazo blanco en el medio, ligeramente caída que dejaban ver sus hombros, llevaba unas manoletinas blancas y se había recogido el pelo en una trenza hacía un lado, podía ver en su cuello un colgante con un lazo, al igual que en sus orejas había unos pequeños lacitos, todo a juego con su camiseta, aquello le daba un aspecto muy dulce.
-Buenos días. –dijo sentándose frente a mí en la mesa.
-Dirás buenas tardes. –dijo Valery mientras se sentaba a su lado.
Ella rió avergonzada.
-Déjala hombre, que está de vacaciones. –dijo mi madre sentándose también.
-Ya madrugara cuando haya clases. –dije yo riendo.
Después empezamos a comer, y mientras tanto, Valery y mi madre nos dijeron que ellas iban a salir, que aún tenían sitios que visitar, nos preguntaron si queríamos ir, pero yo les expliqué que habíamos pensado en ir a comprar, le recordé también a mi madre lo de la cena de esa noche, avisando de esa forma a Valery, a ambas les pareció bien, pero nos pidieron que no llegáramos muy tarde. Al terminar de comer, Ale y yo ayudamos a recoger, después subimos un momento cada uno a su habitación a coger nuestras cosas. Yo una vez arriba llamé a Kenny, no podía salir solo, sería una perdición, mejor ir con él por si a caso. Metí mi móvil en mi bolsillo, cogí mis gafas Ray Ban, y baje al salón, donde Ale me esperaba ya con su bolso.
-¿Vamos? –me dijo sonriendo.
-Hay que esperar a que llegue Kenny, pero no tardará. –me miró extrañada, pero no dijo nada. –Es mejor que vayamos con él.
-Está bien. –dijo pausadamente.
Justo entonces mi móvil vibro en mi bolsillo.
-Ya está aquí. –cogí mi chaqueta y me puse las gafas. –Vamos.
Cogí mis llaves, abrí la puerta dejándola pasar primero, y antes de cerrar la puerta chille un “Hasta luego” para avisar de que nos íbamos ya.

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