viernes, 9 de septiembre de 2011

La fiesta.

El sábado llego por fin, pero la semana se me hizo eterna. Parecía que mientras más deseaba que llegara este día, más lejos estaba. Y bueno, la verdad es que el haber hablado con Justin aquella noche, no ayudo a que se pasara más rápido, ¿que por qué?
Porque el dar vueltas al mismo tema constantemente durante las horas muertas, o aburridas, y los últimos 3 días hubo muchas, hace que parezca que estás todo el tiempo en el mismo día, en el mismo momento, y parece que todo va más despacio.
Aquel sábado 19 de noviembre empezó como cualquier otro, tuve que ir al entrenamiento y demás, ya que el martes me lo había saltado, quería compensar esa hora perdida. Al llegar estaba matada, pero pensar que tan solo quedaban unas horas para la fiesta, me echaba para adelante.
Nada más llegar a mi casa, me fui a la ducha, y me vestí; vaqueros blancos, camiseta de palabra de honor azul, una chaqueta vaquera y unos botines de tacón azules, luego me arrepentí de haberme puesto los tacones; tenía que salir a las 4:00 de casa para ir a los salones y terminar de preparar ciertas cosas, y arreglarme claro está.
A las 4:00 salí de casa con mi madre y mi padre, y nos dirigimos hasta los Carry, la verdad es que faltaban más cosas de lo que me esperaba: no habían llegado los globos azules, solo los negros y aquello parecía un funeral, faltaban las rosas blancas que tenía que haber en el jardín, y la mesa del DJ no estaba montada aún. Me estaba poniendo de los nervios. Al rato llamaron la empresa encargada de los globos a mi padre.
-¿Qué ocurre papa, que te han dicho?
-Eh, a ver... que van a llegar un poco tarde.
-¿Qué tan tarde?
-Pues para las 5:30 me han dicho.
-Pero si además tienen que colocarlos y esto empieza a las 7:00... Dios mío...
-Tranquilízate, ya veras como todo sale bien.
Paso un rato, otra llamada, “que no sea nada malo por dios” pensé. Y gracias a dios no lo fue, los de las flores estaban llegando a la vuelta de la esquina, por fin entraron y colocaron todo, yo solo miraba, estaba tan nerviosa que aunque me hubiera gustado ayudar no hubiera podido. Había quedado genial, nada mal.
Cuando me quise dar cuenta eran ya las 6:00.
-Cariño, deberíamos irnos a casa. –dijo mi madre.
-¿Qué hora es?
-Son las 6:00, luego no te va a dar tiempo.
-Vale sí, tienes razón. Pero...
-Tranquila cielo, yo me quedaré. –dijo mi padre interrumpiéndome.
-¿Seguro?
-Sí, claro. Luego cuando ya este todo listo iré a casa.
-Eh, está bien, pero si pasa algo tienes que llamarme.
-Vale, te llamaré, pero ahora iros.
Mi madre y yo nos despedimos de él, después montamos en el coche y nos fuimos a casa. En cuanto llegamos a casa mi madre me preparó una tila, estaba muy nerviosa.
-Tranquila, todo va a salir genial, ya lo verás. –me dijo mientras me la bebía, sentada en el sofá.
-¿De verdad lo crees?
-Claro que sí, venga ahora termínatela y ve a arreglarte.
Me terminé lo que quedaba de la tila en un sorbo, después me fui a mi habitación.
Saqué mi ropa, después fui al baño para arreglarme, estuve quizás 20 minutos metida en el baño, no suelo tardar tanto nunca, pero aquella vez era especial. Me había maquillado como cuando me iba de fiesta, quizá un poco más de color, pero solo eso; me había recogido el pelo en un moño alto, quería que los rasgos de mi cara se distinguieran perfectamente aquella noche tan especial. Tras salir del baño volví a mi habitación para vestirme; me puse las medias antes que nada, luego el vestido. Me miré en el espejo, me encantaba aquel vestido. Era perfecto, marcaba cada una de mis curvas, me resaltaba el pecho, me hacía las piernas más largas, era ideal. Me senté en la cama, para ponerme los tacones, me levanté y volví a mirarme en el espejo, más perfecto aún, pero faltaba algo, ¿qué era? En ese momento mi madre llamó a la puerta.
-¿Sé puede? –preguntó mientras entraba, siempre hacía lo mismo.
-Ya estás dentro. –reí.
-¡Dios, estás guapísima cielo!
-Muchas gracias mama. Tú también lo estás. –dije sincera.
Mi madre vestía un vestido largo, de corte elegante y tacones de aguja.
-Pero te falta algo. –dijo.
-Lo sé, pero no sé que es exactamente.
-Yo sí. –dijo acercándose a mí, después se sacó detrás de la espalda una pequeña cajita azul.
-Es para ti.
Yo sonreí y cogí la cajita.
-¿Qué es?
-Ábrelo.
Quite la tapa a la cajita, no me lo podía creer, entreabrí  ligeramente la boca, dejando ver mi sorpresa.
-¿Te gustan?
-Son geniales, me encantan. ¡Muchísimas gracias!
Nos abrazamos. Después saqué de la caja un par de pequeños pendientes con forma de mariposa, hechos de diamantes negros. Me los puse.
-Preciosa. –dijo mi madre.
Volví para mirarme en el espejo. Me encantaban.
-Pero, creo que falta algo. Ahora vuelvo.
Mi madre salió de la habitación y no tardó en volver con su joyero de plata en las manos. Se sentó en la cama, y yo junto a ella. Comenzó a sacar sus collares y pulseras de diamantes o piedras preciosas, no me podía creer que fuera a dejarme algo, nunca lo había hecho.
-Este me gusta. –dije cogiendo un collar formado por tres partes y una rosa negra grande que las unía.
-Pruébatelo.
Me lo puse, después miré a mi madre.
-Ese es genial. Te queda muy bien.
-¿Tú crees?
-Claro. –sonrió.
-Y estás que te parecen. –dije cogiendo un conjunto de pulseras negras. Me las puse.
Después me levanté, me coloque frente a mi madre y dí una pequeña vuelta.
-Estás perfecta.
-Dios, esto va a ser genial.
-Lo ves, y tú preocupada.
Las dos reímos, después ayude a mi madre a recoger todo lo que había sacado de su joyero. Entonces sonó mi móvil.
-Dime papá.
...
-Oh, de verdad... No nos habíamos dado cuenta.
...
-Sí está bien. En un rato estamos ahí.
...
-Que sí, que no tardamos.
Colgué.
-¿Qué ocurre? –preguntó mi madre.
-Que son casi las 7:30, que la gente ha empezado a llegar ya, preguntan por mí y no estamos, y que el tiene que venir a casa a vestirse. Así que tenemos que ir allí ya.
-Te dije que no nos daría tiempo, anda vamos. ¿Qué te falta?
-Eh, preparar el bolso. –lo señalé. –Y echarme el brillo.
-Bueno, pues prepáralo corre, yo estoy lista, así que voy a coger el coche, y te espero abajo en 5 minutos.
-Vale.
Mi madre salió de inmediato de la habitación, fue al salón, cogió su bolso y después oí el ruido de la puerta principal al cerrarse. Yo cogí mi bolso, metí dentro el móvil, la raya, el rimel, y el gloss, metí algo de dinero que me había sobrado de hacia unos días, no creí que lo necesitara, pero no estaba de sobra nunca llevar algo de dinero. Me eche mi colonia favorita “Bruno Babanani, Just for woman”; después cogí mis llaves y salí de casa. Baje por ascensor y me eche otro vistazo en el espejo que había en este. “Genial” pensé, después salí rápidamente del portal y subí al coche.
Mientras mi madre conducía en dirección a los salones yo me echaba el gloss, ya que no me había dado tiempo en casa. No tardamos en llegar. Entramos al parking, y después salimos del coche. Mi madre y yo entramos por la puerta de detrás, ya que por la delantera estaban todos los invitados. Nada más entrar nos encontramos con mi padre.
-Por fin, pensé que no llegaríais nunca. –exclamó al vernos.
-Lo siento papa.
-Pequeña, estás realmente preciosa. –dijo dándome una vuelta.
-Muchas gracias papa.
-Y tú también cielo. –dijo dándole un beso a mi madre.
-Bueno, pero tú no. Así que corre vete a casa a cambiarte. –dijo mi madre.
-Vale, me voy. No tardaré mucho en llegar.
Mi padre se fue, y mi madre y yo nos dirigimos al salón principal, donde entraría la gente nada más llegar. Era increíble, había mucha gente, y no tardé en darme cuenta de que no conocía a la mayoría. “¿Por qué habré puesto en las invitaciones que se podía traer a tres acompañantes”, pensé para mis adentros. Mi madre se separó de mí, intentando buscar a los padres de Emma.
-¡Ale, Ale! –oí chillar a alguien.
Me giré para ver quién era.
-Tía estás estupenda, el vestido te queda genial.
-Muchas gracias Sammy. Tú también estas muy guapa.
Llevaba un vestido rojo, algo corto, de corte parecido al mío, pero con tirantes, unos tacones también rojos bastante altos, y el pelo rizado y rubio como siempre.
-¿Dónde están Serena y Emma? –pregunté.
-Emma está con sus padres buscándote a ti y tus padres. Y Serena está buscándote. Nos hemos separado.
-Pues vamos a buscarla.
-Vale.
Comenzamos a buscar a Serena, y tardamos al menos 10 minutos en encontrarla.
-¡Por fin os encuentro! –chilló Serena nada más vernos.
Nos abrazamos.
-Tía, es perfecto. El vestido es más bonito cuando te lo has puesto, me encanta.
-Muchas gracias Serena. El tuyo también es genial.
Llevaba un vestido negro y blanco algo más largo que el de Sammy y el mío, y con un corte menos uniforme, y no tan ajustado, y unos tacones blancos altos; se había recogido un par de mechones a cada lado con unas pinzas de flores blancas y negras, lo demás lo llevaba suelto como siempre.
-Ahora encontremos a Emma. –dije.
Las tres empezamos a buscarla por todo el salón principal, pero nada, era prácticamente imposible, no solo por el tamaño de aquel sitio, sino también, porque cuando pasábamos junto a alguien que lograba reconocerme entre todo ese gentío, me paraba pare felicitarme. Alguno que había traído regalo, me lo daba. No habían sido muchos los que lo habían traído, pero realmente, me alegraba, ya que si todos y cada uno con lo que me crucé mientras  buscábamos a Emma hubiera traído regalo, hubiera terminado enterrada entre ellos. Alrededor de las 8:30, se cerraron las puertas de la entrada, impidiendo que más gente entrara, y se abrieron las que conducían al jardín. Esto hizo que la gente comenzará a atropellarse los unos a los otros en un intento de salir.
-Tía, vamos a la parte de detrás. –dije.
-Sí, mejor. –dijo Sammy.
Fuimos a la parte de detrás donde dejamos los regalos, nos sentamos un momento y bebimos algo de agua. Entonces una voz hizo que me girara.
-¡Cariño! –dijo mi padre.
-Dios papa, que lío. No encuentro ni a mama, ni a Emma ni a sus padres.
-Tranquila, están con los del catering.
-Joder macho. –dijeron Serena y Sammy.
Después reímos las tres.
-Me han dicho que estaban buscándote. –siguió mi padre.
-Bueno, pues ahora vamos para allá.
-Vale, pues yo me llevó esto al coche. –dijo señalando los regalos.
-Vale.
Las tres salimos y fuimos hasta una pequeña sala donde estaban los del catering, y ahí por fin encontramos a Emma, a sus padres y a mi madre.
-¿Dónde estabas? –preguntó mi madre.
-Buscándoos. –resoplé.
Emma se giró, y vino hasta nosotras.
-¡Tía, te queda genial! Estas súper buenísima.
-Jajaja, no tanto como tú cacho puta.
Nos reímos. Sus padres y mi madre nos miraron extrañados, nos reímos aún más.
Emma vestía un vestido azul, ajustado por arriba y suelto por abajo, y unos tacones negros. Llevaba el pelo rizado como siempre, pero se había alisado las puntas.
-Tía, ¿estos pendientes son nuevos, no? –dijo tocando mi oreja.
-A ver. –se acercó Sammy con Serena.
-Sí, sí lo son, me los ha regalado mi madre. –dije mirándola.
-Son preciosos. –dijo Serena.
-Me encantan. –dijo Sammy.
Después reímos las cuatro. En aquel momento entraron los cameros y empezaron a coger las bandejas con la comida para sacarlas al jardín. Estarían hasta las 10: sacando comida, y a esa hora se abriría la discoteca, y quién quisiera entrar podría entrar en la discoteca, y quién no, podría quedarse en el jardín, en plan más tranquilo.
-¡Tías el regalo! –chilló Emma.
-Es verdad. ¿Lo tienes tú, no? –le dijo Serena.
Entonces Emma se alejo y volvió con una caja envuelta con papel de regalo.
-Es para ti, esperemos que te guste. –me dijo Sammy.
Yo cogí la caja, nos acercamos a una de las mesas que había antes con las bandejas de comida, y lo abrí rompiendo el papel. Abrí la caja, estaba lleno de confeti. No se veía que había. Cogí un poco de confeti y se lo tiré.
-¡Que puta! –dijeron las tres al unísono, luego reímos.
Saqué un poco más de confeti, pero está vez lo tire al suelo, para poder ver lo que había en el fondo de la caja. Y ahí me encontré con un par de libros, y unas bolsas. Saqué los libros sacudiéndolos del confeti. Leí el título del primero, “Carolina se enamora”, y el segundo, “Agua para elefantes”. Era perfecto. Llevaba tiempo buscándolos pero no los encontraba.
-¡Son geniales, me encantan!
-Es que sabíamos que no los encontrabas.
-Sí... –sonreí.
-Bueno, en realidad fue idea mía. –dijo Serena.
Reímos.
-Bueno, pero abre las bolsas. –dijo Emma.
Volví a meter la mano en la caja y saqué una de las bolsas. Leí el nombre que había en ella. “Woman Secret”.
-Venga ábrelo. –dijo Sammy.
Abrí la bolsa y eche un vistazo, lo saque, era un conjunto rosa de braga y sujetador de encaje, precioso, muy sexy. Que putas habían sido. Siempre nos hacíamos eso, regalarnos ropa interior, no sé porqué. Era ya como un especie de ritual.
-¿Te gusta? –preguntó Serena.
-Sí, la verdad es que sí. Es precioso.
-Bueno, pues ya sabes, eso para tus noches de pasión. –dijo Sammy.
Luego volvimos a reír. Metí la mano una vez más en la caja para sacar la última bolsa, llevaba en ella el nombre “Pull and Bear”, la abrí y saque de ella una sudadera azul, de los pitufos, era genial. Recuerdo que la vi en la tienda con Emma la última vez que habíamos salido ella y yo juntas.
-Me encanta, me encanta. .
-Lo sabía. –dijo Emma riendo.
Después me acerque a ellas para darles un beso y agradecerlos, todo me había encantado; cada cosa me recordaba a una de ellas, los libros a Serena, ya que siempre había compartido esa afición de leer con ella, el conjunto de Woman Secret a Sammy, que era siempre súper cachonda, y la sudadera a Emma, ya que no solo la habíamos visto juntas, sino que la película de “Los pitufos” significa mucho para nosotras, y es que en ella sale Patrick Neil Harris, más conocido como Barney Stinson, y nosotras le amamos.  Después, me pareció que a Serena le entró hambre y recordó a los camareros con las bandejas.
-Tía, salgamos al jardín. –dijo Serena.
-Sí, yo tengo hambre. Y eso tiene una buena pinta... –dijo Sammy señalando una de las bandejas que llevaba un camarero.
-Ir vosotras, yo ahora voy.
-Yo también tengo hambre. ¿Te importa si voy con ellas? –dijo Emma.
-No claro. Ve, pero esperarme en 20 minutos junto a las bebidas.
-Vale. –después salieron las tres.
Después de que salieran me acerqué a saludar a los padres de Emma de una forma más formal. Ambos me felicitaron y me saludaron, y entablamos conversación, después de un rato entró mi padre.
-Cariño, he dejado ya los regalos en el coche.
-Vale, papa. Gracias.
-Por cierto, ven tengo algo para ti.
Me giré rápidamente, sabía lo que era, pero aún así pregunté.
-¿El qué?
-¿Se lo vas a dar ya Fede? –intervino mi madre.
-Claro, por qué no.
-Bueno, está bien. Entonces os dejamos solos.
Después mi madre salió al jardín acompañada de los padres de Emma.
-Ven, vamos.
Yo cogí la caja donde había vuelto a guardar todo, pero antes había tirado el confeti.
Mi padre y yo salimos y fuimos hasta el parking. Nos acercamos al coche, y una vez allí, aprovechamos para guardar la caja. Anduvimos un poco, hasta llegar a una moto, una Honda azul, de 125 cilindros. Después mi padre se abrió la chaqueta del traje, y saco un llavero de una A azul, que llevaba dos llaves, una más pequeña que la otra. Me miró.
-Ale, es tuya pequeña.
Yo pegué un chillido, y me abracé a mi padre.
-Muchas gracias papa, muchas, muchas gracias. ¡Es genial! Me encanta.
-Me alegro de que te guste pequeña, pero tienes que prometerme que siempre que vayas en ella llevarás casco y tendrás cuidado.
-Claro que sí, te lo prometo.
-Eso espero cariño. –después me dio el llavero con las llaves de moto nueva.  
-Ya lo verás papa. –dije guardando las llaves en mi bolso.
-Ahora vamos, volvamos a la fiesta.
Cuando volvimos mi padre me dejo sola para buscar a mi madre y a los padre de Emma, y yo fui a la mesa de las bebidas, pero para mi sorpresa, ellas no estaban. Otra vez comenzaba mi búsqueda. Y otra vez lo mismo de antes, siempre había alguien que me entretenía. Pasado un rato me entró el hambre, así que decidí buscar algo de comer. Otra perdida de tiempo, cada vez que intentaba coger algo, alguien me lo impedía, ¿para qué? Para felicitarme, para decirme que la fiesta era genial, o para decirme lo rica que estaba la comida. Esperaba que realmente estuviera buena, ya que no pude probar un bocado. Seguía buscando, pero nada, ni comida ni mis amigas. Estaba harta. Entonces alguien se acerco a mí, por desgracia no era un camarero, era uno de los porteros que vigilaba la puerta.
-Señorita Alejandra. –dijo tocando mi hombro.
Me gire.
-¿Qué ocurre?
-Necesito que venga un momento conmigo.
-¿Pero qué es lo que pasa?
-Hay un chico en la puerta, quiere pasar.
-¿Tiene invitación?
-No...
-Pues entonces ya está, no pasa. –dije interrumpiendo a aquel hombre.
-Dice que la conoce, y que no está dispuesto a irse hasta que la vea.
Permanecí un momento en silencio. Pensé en quién podría ser, pero nada, no se me ocurría nadie.
-Por favor acompáñeme un momento.
-Está bien.
Aquel hombre y yo nos dirigimos a la puerta principal, algo despacio, estaba cansada de buscar, de andar para un lado y para otro sin parar, los tacones me mataban, y el moño me tiraba ya un poco, estaba incluso doliéndome la cabeza de lo que me tiraba, creo que lo había apretado demasiado. Eso sí, no se me había salido ni un pelo de sus sitio.
Conforme nos acercábamos a la puerta principal, puede divisar al chico, no le reconocía, se ocultaba la cara mirando hacia abajo y su cabeza estaba cubierta con una capucha, desde luego fuera quién fuera no iba vestido en condiciones como para entrar en la fiesta. Miré a su lado, había alguien a su lado. Un hombre alto y negro, entonces lo recordé, era el hombre del coche con los cristales tintados, el hombre de la pizza que tanto miedo me dio. Miré de nuevo al chico, estábamos ya más cerca, y aunque seguía ocultando su cara, yo ya sabía quien era, aquel chico era Justin. 

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