sábado, 10 de septiembre de 2011

El filo de su boca.

Durante un segundo creí que no podía ser así, que estaba confundida, pero no. Era él.
Llegamos a la entrada principal.
-Este es el chico señorita. –dijo el portero.
Entonces me quede pensando en cual era la razón por la que no me había dicho que hablaba en inglés, era algo fundamental. Pero en  fin, no se lo pregunté. El portero abrió la puerta que estaba cerrada con llave, después salimos.
# -¿Justin?
Él se giró y alzó la vista.
-¡Ale! Por fin. El tío este no me dejaba entrar, no que de una invitación...
-¿Qué haces aquí?
-¿Es que no te alegras de verme?
-Claro que sí, pero pensé que, bueno...
-No pienses tanto. –me interrumpió.
Yo le sonreí, quizás tenía razón, y debería pensar menos las cosas, pero no podía evitarlo.
-Por cierto, estás... estás preciosa.
-Gracias. –contesté avergonzada.
No es que no lo supiera, o que no me lo hubieran dicho ya varias veces, era que me lo estaba diciendo él.
-Bueno, me dejas entrar ya o qué...
-Eh, no creo que sea una buena idea.  Se armaría un buen lío.
-Sí, es cierto, y bueno, creo que no voy muy bien vestido para esto. –dijo mirándose.
Le miré de arriba abajo, llevaba unos vaqueros pitillos y cagados, una chaqueta deportiva morada, entre la que se asomaba una camiseta negra, y obviamente sus Supra moradas. Me reí, aunque le sentaba genial, no era muy adecuado.
-Mm, no creo que no.
-Y entonces, qué te parece si... –se calló.
-¿Si qué?
-No nada, no creo que quieras.
-Prueba. –sonreí.
Tardo unos segundos en hablar, como si dudara, por lo que aproveché para decirle al portero que se quedara tranquilo, que podía irse. El portero obedeció mi orden y volvió al interior del edificio.
-Qué te parece si damos una vuelta.
No respondí, dudaba.
-Bueno, me lo suponía, no pasa nada, es tu fiesta, entiendo que no quieras marcharte, te lo estarás pasando genial. Pero entonces, déjame darte mi regalo. –se giró y comenzó a andar en dirección a un par de coches cercanos.
-Justin, espera. –se giró. –Sácame de aquí.
Él no pregunto nada, solo extendió la mano, en señal de que me acercara. Después Justin llamó a aquel hombre que le acompañaba.
-¡Eh Kenny! Ven aquí. –le chilló.
Al parecer se llamaba Kenny, bueno, ya no tendría que referirme a él como “aquel hombre”. Kenny se acerco a nosotros.
-¿Qué pasa Bieber?
-Me llevo el coche, ¿vale? Tú quédate aquí con los demás. Me imagino que en una, o dos horas como mucho, estaré de vuelta.
-Ve con cuidado Justin. –dijo dándole las llaves.
Justin cogió las llaves del coche, y quito la alarma, se escuchó entonces un ruido que provenía de un bonito coche negro, largo, con los cristales tintados, juraría que era un Lamborghini; y cuando nos acercamos lo comprobé, así era, estaba apunto de montarme en Lamborghini. Justin me abrió la puerta del copiloto educadamente.
-Gracias.
Él sonrió. Después fue hasta la otra puerta y entró en el coche; metió la llave y encendió el motor.
-¿Sabes que te puedes meter un lío, no?
-Tengo carnet. –dijo mientras echaba marcha atrás para salir.
-Sí, pero aquí no te vale, el coche es hasta los 18.
-Bueno, no pasa nada.
Le miré sorprendida.
-Soy Justin Bieber. –dijo mientras cogía carretera.
Yo le mire, e inevitablemente sonreí.
-¿Dónde vamos?
-A comer por favor. –conteste sin dudar.
-Jajaja, ¿qué pasa? ¿No has comido? –me preguntó sin apartar la vista de la carretera.
-Nada desde las 2:00 de la tarde. Y son las 10:00.
-Joe, te va a dar un bajón, eh.
-Uf, pues poco me faltaba. Menos mal que has venido.
Me miró, sonrió.
-Tenía que darte tu regalo.
-Has venido hasta aquí, desde...
-Nueva Zelanda.
-Has venido hasta aquí desde Nueva Zelanda, ¿solo para darme mi regalo?
-Eh, digamos que sí.
-Estás loco.
-Bueno, no tanto. En realidad había terminado ya las presentaciones, lo he adelantado un poco, y tendría que a ver viajado a Atlanta en vez de aquí. Pero bueno, aquí me tienes.
-Rectifico, loco de atar.
Volvió a mirarme, sonrió, me pareció que iba a decir algo, pero no lo hizo. Pasados 5 minutos habíamos entrado ya en la cuidad, eran apenas las 10:00, y era sábado, por lo que había mucho movimiento. Él divisó un McDonals.
-¿Te hace una hamburguesa?
-Uf, pues sí. No estaría nada mal.
-Claro que no.
Giró en la rotonda cogiendo el desvío hacia el McDonals.
-Pero creo que no deberíamos entrar.
-Joder, macho, es verdad.
-Bueno, da igual, vamos al McAuto.
No dijo nada, solo se metió en el McAuto con le coche, había un coche delante, así que esperamos.
-¿Has cenado? –pregunté.
-No, no. Qué va.
-Ah, menos mal.
-¿Menos mal?
-Sí, no me gustaría tener que hacerlo sola.
-Mientras este a tu lado no te dejaré hacer nada sola.
Después ninguno dijo nada. ¿Qué había sido aquello, una indirecta, o algo claramente directo? Uf, mejor no pensarlo. El coche avanzó. Llegamos a la ventanilla, y Justin pidió. Después salimos del McDonals.
-¿Bueno, ahora dónde vamos? –preguntó mientras me pasaba las bolsas de la comida.
-Eh... Pues no sé.
-Mm, ¿buscamos un parque o algo así?
-Por qué no aparcas ahí. –señale un descampado rodeado de coches que parecía ser utilizado como una especie de parking.
-Es un poco cutre, ¿no? –dijo mientras se metía en el descampado.
-Bueno, mejor esto que nada.
-Sí, cierto. –se giró. –Pásame la comida anda, ¡que tengo un hambre!
-No tanto como yo. –dije dándole la bolsa.
Ambos empezamos a comer, realmente teníamos hambre, entonces me preguntó por la fiesta, por la razón de aquella desesperación que había mostrado por salir de ahí. Yo se expliqué, le conté el lío que se había montado, lo nerviosa que me había puesto, que no encontraba a nadie, que había casi más desconocidos que otra cosa. Él me entendió perfectamente, pero sinceramente yo prefería olvidarlo, algo difícil por el cansancio que llevaba encima.
-Te... ¿te importa si me quito los tacones? –pregunte en un susurro por lo incomodo de la pregunta.  
-Jajajaja. Mientras no te huelan los pies.
Le miré mal.
-Anda tonta, claro que no. –dijo mientras cogía la basura de la comida y la ponía en la parte de atrás del coche.
Yo me agache y me los quité, dejándolos a un lado de mis pies. Aproveché y me quité también la goma que sujetaba mi pelo en un moño, dejándolo suelto.
-¡Oh! ¡Qué alivio! –dije pasando mi mano entre mi pelo.
-Jajaja, no aguantas nada.
-¡¿Perdona?!
-Lo que oyes. –dijo desafiante.
-Ya me gustaría verte a ti con estos. –dije cogiendo uno de los tacones de 10 cm. –Y llevo con ellos casi 4 horas.
Suspiró.
-Bueno, vale.
-Eh y bueno, ¿Qué hay de mi regalo?
-Es cierto. –se acercó a mi asiento, después abrió la guantera sacando una bolsita negra. –Es para ti.
Yo lo cogí y lo miré fijamente. No estaba segura de si debía abrirlo.
-Gracias. –sonreí.
-Pero ábrelo.
Abrí la bolsita negra con cuidado intentando no romperla, eché un pequeño vistazo, no se veía nada, así que le di la vuelta a la bolsita, y en mi mano cayó un colgante con una A, pesaba y brillaba, parecía ser de diamantes. Me quedé alucinada.
-Dios Justin, es precioso. Me encanta. –dije mirándole agradecida.
-Es perfecto para ti.
Me sonrojé, el extendió la mano para que se lo diera y poder ponérmelo, se lo dí, pero antes me quite el que llevaba puesto y lo guarde en mi bolso. Me giré dándole la espalda. Después él puso aquel precioso colgante en mi cuello, y lo abrochó. Volví a girarme para poder mirarle. Baje la vista hasta mi cuello y toqué aquella A de diamantes que brillaba sobre mi regazo, luego alcé la vista para mirarle. Él tenía sus ojos clavados en mí, aquello me ponía un poco nerviosa.
-Gracias, en serio. Es perfecto.
-Lo es, si lo llevas tú. –dijo acercándose un poco a mí.
Volví a sonrojarme y baje la vista para volver a contemplarlo.
-Que bobo. –dije con un tono inocente. Volví a mirarle.
-Qué va. –se acercó más.
Mire sus ojos, era como si a través de ellos pudiera entrar en su mundo. Apartó un mechón de mí pelo que ahora estaba suelto y lo colocó detrás de mi oreja. Yo volví a soltarlo, no me gustaba poner mí pelo detrás de mis orejas. Permanecí mirando aquellos preciosos y brillantes ojos, me encantaban, él me encanta. Sonrió, y después se acercó un poco más, apenas nos separaban unos milímetros.
-Ale... –susurró cerca de mi boca. #
Se acercó más aún e intentó juntar mis labios con los suyos, pero se lo impedí. Me aparté en seguida. Nos miramos, ¿qué hacía, por qué me había apartado? Dese hacia dos semanas eso era lo que yo quería, su sonrisa, sus ojos, sus labios, a él. Esta vez fui yo quien me acerqué a él, sonreí a quemarropa contra el filo de su boca. Entonces nuestros labios volvieron a juntarse en un tierno beso. 

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