martes, 8 de noviembre de 2011

Oh my God...

[Narra Justin]
Me quedé totalmente satisfecho con lo que había ocurrido minutos atrás en mi habitación. Me regodeaba en su cara de confusión mezclada con la excitación. Había sido simplemente sublime. Había vuelto a ser yo. Y es que lo de hacía dos días no solo me había rayado, me había minado la moral. Creo que por un día había perdido toda la confianza que siempre había tenido en mí. Pero había vuelto, gracias a una pequeña charla con un buen amigo, había vuelto.
Al bajar al salón nos encontramos con mi familia sentados en el sofá, tranquilamente viendo una película. “Charlie y la fábrica de chocolate”. Me había tragado esa película un par de veces ya, pero bueno, una vez más no me haría daño. Ale y yo nos buscamos un hueco en sofá y nos sentamos junto a ellos. Tras la película, un juego sugerido por Jazzy. “Las películas” Sí, ese típico juego familiar en el que con solo los gestos absurdos de una persona unidos a su desesperación por hacerlo bien, los demás deben adivinar de qué película se trata. Después de dos horas jugando Alice se fue a dar la cena a Jazzy y a Jaxon y a acostarlos. Mientras Ale, mi padre y yo permanecimos en el salón hablando.
-¿Estás mejor Just? –preguntó mi padre.
Yo miré a Ale, nervioso.
-Sí, solo estaba un poco eh... cansado.
Mi padre no dijo nada, me miro fijamente. Sabía lo que había pasado, no era difícil adivinarlo.
-Bueno Jeremy, a ver cuando me enseñas la ciudad. –dijo Ale cambiando el tema. Lo agradecí.
-Íbamos a haber ido hoy, pero no os hemos visto en condiciones.
Nos miramos, Ale se sonrojó.
-¿Esta noche vais a salir? –preguntó mi padre.
Él mismo se había dado cuenta de lo incómodo del tama así que terminó por darlo por zanjado.
-No he hablado con los chicos. –contesté.
-Bueno, pues mejor quedaros en casa, ¿no? –dijo.
-Sí, nos quedaremos.
-Es que Alice y yo vamos a salir.
-¿Qué? –pregunté.
-Sí, hemos quedado con unos amigos. Hemos pensado que os quedéis con los niños.
-No hay problema Jeremy. –dijo Ale con una sonrisa.
Yo la miré, sonreí. Era como si estuviera “compensando” a mi padre por lo ocurrido; como si se sintiera culpable. Era encantador.
-Cuando baje Alice cenaremos y nosotros nos iremos. ¿No os importara recoger, no?
-Claro Papá.
La conversación se tornó, comenzamos a hablar de hockey, de manera que Ale tan solo nos escuchaba. Hasta que bajo Alice, en ese momento ella se levantó y fue a la cocina dispuesta a ayudarla con la cena.

Alice besó mi mejilla y mi padre me abrazó, seguidamente se despidieron de Ale.
-No sé a que hora llegaremos hijo, pero no os acostéis muy tarde.
-No papá, tranquilo.
-Sed responsables. –dijo Alice al salir.
Ale y yo nos miramos.
-Vamos, que hay que recoger.
Suspiré.
-¿De verdad hay que hacerlo?
-Sí Justin, sí. Y tú vas a ayudarme,
La miré resignado, después nos acercamos a la mesa del comedor y entre los dos llevamos los platos a la cocina, los lavamos y recogimos la comida restante guardándola en tapers y después en la nevera. Al terminar fuimos al salón y yo sin pensármelo si quiera me senté en este.
-¿Ahora qué? –pregunté.
-Ahora esto.
Ale se acerco a mi rápidamente, se sentó en mis piernas rodeándome con ellas y me comió la boca tal y como yo lo había hecho horas antes. Me besaba con pasión, con lujuria, buscando mi lengua desesperada. Era como si llevara tiempo deseándolo. Me gustaba. Nuestras lenguas se rozaban la una con la otra en boca de ambos, podía sentir sus labios mojados contra los míos. Era excitante. Sus manos estaban posadas en mi cuello y de vez en cuando las subía a mi pelo, lo agitaba y lo enredaba con sus dedos. Mis manos estaban en sus caderas, acariciándola suavemente; pero el calor aumentaba por segundos, ella cada vez era más sensual, se separaba de mí, mordía mi cuello y eso me tentaba. Me tentaba al descontrol, a la perdida de mí mismo. Una vez más volvió a hacerlo, busco mi cuello, lo besó, me lamió meticulosamente, y ante el contacto de su lengua mi piel se erizaba, me era inevitable. No podía más. Subió a mi oído, mordió mi lóbulo con ternura, pero me excitó, entonces lo culminó.
-Este juego se llama “Justin, me pones mogollón”. Y me gusta un montón. –susurró contra mi oído sensualmente.
Efectivamente, no podía más. Estaba al borde de un ataque, mis pulsaciones iban a mil, la sangre me hervía y obviamente, mi “amiguito” había despertado de aquel “profundo sueño” en el que había caído la última vez. Bajé mis manos de su cadera a su culo, lo apreté, y la junté a mí, ella río contra mi cuello haciéndome cosquillas, una risa se me escapó, pero no me distrajo. Sabía lo que quería. Separé su cara de mi cuello, la miré, un segundo, y entonces me lancé a su boca, a sus labios, mi mayor debilidad. ¿Qué haría yo sin poder besar esos labios? Moriría, lo sé. Y es que es una adicción, ella es mi adicción, no sé como lo hace, no sé como consigue que el Justin sereno y tranquilo que soy, se transforme en un maniaco sin control que lo único que quiere y desea sean sus labios, sus curvas, cada centímetro de su cuerpo, en resumen a ella. Porque ella es lo único que veo, que siento, es la única razón por la que vivo.
Alejó un poco su cuerpo del mío permitiéndome subir mis manos hasta sus pechos, llevaba tiempo deseándolo, pero la respeto, respeto que marque sus límites, y me gusta que lo haga, me gusta que sepa jugar. Los acariciaba delicadamente, recorriendo cada uno de sus curvados centímetros, me encantan. No puedo evitarlo. Suspiró contra mi boca al roce de mis manos, eso me excito. Definitivamente no podía más, estaba a punto de explotar, en todos los sentidos. Y es que a pesar de que yo no había llevado mis manos más allá de sus caderas y viceversa, un bulto en mi entrepierna había comenzado a crecer sin control desde hacia rato, ya no era capaz de “controlarlo” aunque, seré sincero, tampoco me esforcé por hacerlo. Ella lo notaba, pero no hacía nada, corrijo, no hacia lo que yo quería que hiciera. Me besaba continuamente, no había bajado el ritmo con él que habíamos comenzado, incluso a veces lo aumentaba, lo hacía más erótico. Entonces, no pude resistirme más, incluso diría que ya era un movimiento reflejo de mi cuerpo, de mi deseo; comencé a mover mis caderas contra ella, rozándola, moviéndola sobre mí. Haciendo que notara aún más mi erección, ella no se negó. Le gustó, se dejó llevar por mis suaves movimientos, guiada al igual que yo por la lujuria y el deseo. Nos besábamos, nos mordíamos, nos lamíamos. No sé que es lo que no hacíamos. Podía oír de vez en cuando como de su boca salía un suspiro entrecortado. Pero yo necesitaba más, lo necesitaba. Estaba en un punto en el que nada podía pararme, nada, ni nadie. Tenía unas ganas locas de que pasara, de hacerla mía, de poder hacerme con su cuerpo en toda su totalidad y estar dentro de ella. Pero no era el momento, o quizá no la situación. Mis hermanos estaban en casa, además, esto no era más que un calentón, un buen calentón, pero no era más que eso. Y yo no quería que la primera vez fuera así, a lo loco y sin pensar; no. Pero tampoco estaba dispuesto a quedarme con el calentón.  Y justo en ese momento, en ese momento en el que ya no podía más conmigo mismo, hizo que me saliera de mí por completo.
Yo seguía moviéndome con ella encima, rozándonos a cada vaivén de mi cuerpo cuando entonces ella se acercó a mi oído una vez más.
-Mmm, Justin... –gimió en mi oído suavemente.
Dejé de moverme al instante, pegué su cuerpo al mío y me levante con ella en brazos, rodeando mi cintura. Se separó de mi cuello.
-¿Qué haces? –preguntó.
-Vamos arriba. –dije jadeando.
-Mmm...
Volvió nuevamente a mi cuello, a besarlo, y yo suspiré. Subí las escaleras a tientas, con ella en brazos rodeándome la cintura con sus piernas y besando mi cuello. Al llegar arriba, no busqué mi habitación, quería una cama grande, una camada cómoda para nosotros solos. Con cuidado de no hacer mucho ruido, abrí la habitación de mi padre, y lo que necesitaba se presentó frente a mí. La cama de matrimonio de mi padre y Alice. Tumbé de inmediato a Ale sobre la cama, produciendo una risa contagiosa y nerviosa en ella. Volví hacia atrás para cerrar la puerta y pronto estuve de nuevo frente a ella. La miré de arriba abajo, y me relamí mientras lo hacia, ella rió nerviosa.
-Buf, Ale... dije entrecortado.
Rió aún más. Con su dedo índice me indicó que me acercara, y yo obediente, lo hice. Despacio, mientras me quitaba la camisa y la miraba a los ojos. Llegue hasta ella, y besé sus labios con la misma pasión de antes, mi mano izquierda fue a su pecho y mi mano derecha bajo a mis pantalones, para desabrochar el botón y bajar la cremallera de mis vaqueros. Los solté, me apretaban, era obvia la razón; no podía más. Subí mi mano a su cintura y lentamente subí su camiseta, su cuerpo estaba caliente, al igual que el mío. Me permitió quitar su camiseta, y pude ver su sujetador azul marino. Comencé a besar su cuello, mientras ella enredaba sus dedos en mi pelo y de vez en cuando tiraba de él. Bajaba lentamente, haciéndola estremecerse ante cada beso, anta cada rocé de mi lengua. Seguí bajando dándole pequeños besos, por su clavícula, su hombro, centímetro a centímetro, bajé la tira de su sujetador, suspiró, bajé más, más y más. Por su pecho, su vientre, su ombligo, hasta llegar a sus pantalones, ahí me detuve; pero tan solo un segundo. Desabroché sus pantalones, bajé su cremallera y abrí sus vaqueros dejando ver unas bragas negras. Alcé la mirada, la miré pícaro, me quité la camiseta negra, la lancé por los aires, ella me miró y suspiró, entonces volví a mi posición de antes. Comencé a bajar sus pantalones despacio, pero entonces me lo impidió. Me incorporé para mirarla, había levantado medio cuerpo y me miraba atenta.
-Justin... ¿Qué estamos haciendo? –dijo asustada.
Sonreí, suponía que tarde o temprano llegaría esa pregunta.
-Tranquila; no haremos nada que no quieras.
Suspiró relajada y se dejo caer suavemente  el resto de su cuerpo sobre la cama. Volví a sus vaqueros, se los quité despacio y los deje en el suelo junto a la cama. Subí hasta donde se encontraba ella y me tumbe a su lado. La miré fijamente, ella rió. Me acerqué a sus labios y de nuevo volvíamos a besarnos con pasión, haciendo que nuestros corazones latieran más y más rápido. Pasé mi mano por su nuca, y la dejé allí, mientras mi otra mano estaba en su cadera pegándola a mi cuerpo. Su mano comenzó a bajar por mi torso, acariciándolo y haciendo que me estremeciera. Llegó hasta mi vaqueros, comenzó a bajarlos, bueno, a intentar bajarlos. Me separé de ella, la miré divertido y ella se avergonzó, levanté ligeramente mi cuerpo y me deshice de mis vaqueros.
-Mm... –suspiró.
Volví mi mirada a ella, sonreía pícara. Sin que ninguno dijera nada más nuestras bocas volvieron a estar pegadas. Nos rozábamos continuamente y nos acariciábamos, hasta que ya no pude más. Me apetecía dar un “pequeño” paso más, así que con cautela y ternura baje mi mano hasta sus bragas, al llegar allí dudé y comencé a jugar con la tira de estas, ella rió contra mi boca haciendo que un escalofrío recorriera mi cuerpo; se separó de mis labios.
-Vamos... –dijo entrecortada.
No me hizo falta que lo repitiera dos veces, bajé un poco la tira de sus bragas e introduje mi mano en sus interior. Estaba suave, y mojada; suspiró. Bajé mi mano más buscando lo que ella quería y yo podía darle; una vez allí comencé mover mis dedos sobre su sexo. Empezó a suspirar, besó mi boca, intentando ocultar cada uno de sus suspiros, pero el deseo que irradiaba yo podía percibirlo de otras formas, su cuerpo entero lo delataba. Le gustaba, no hacia falta que me lo dijera, yo lo sabía. Minutos después sus labios se alejaron de mí, me miró pícara, yo aún tenía mi mano en sus bragas y ella suspiró, después fue hasta mi cuello. Lo baso, su boca se movía despacio contra mi cuello, me excitaba más aún si era eso posible. Su mano comenzó a bajar, pero esta vez fue directa a miz calzoncillos, empezó a jugar con la tira de estos, pero sé que no dudaba, hubiera dudado si hubiera tenido que ser ella la primera en dar el paso, pero no. No había sido así y por lo tanto no dudaba, lo que quería era hacerme sufrir, jugar, excitarme aún más. Yo deseaba que lo hiciera ya, estaba apunto de suplicarla que lo hiciera pero no lo hice, no me hizo falta. Su mano bajo mis calzoncillos, haciendo que mi “amigo” quedara fuera; no se despegó de mi cuello, pero no le hacia falta mirar, sabía manejarse. Lo cogió con su mano derecha y comenzó a moverla. No lo resistí, perdí la concentración con lo que hacía debajo de sus bragas por un segundo y eché mi cabeza hacia atrás. Pero me obligué a mi mismo a seguir, seguí con lo que antes había empezado y ella no paró. Ambos nos acariciábamos, nos tocábamos, besábamos el cuello del otro y subíamos a la boca del otro, y mientras tanto explorábamos mutuamente nuestro cuerpo. Me gustaba, a ella le gustaba, todo era más que perfecto. En ese instante no necesitaba nada más, nada más que a ella junto a mí. Estaba apunto de tocar el cielo, de entrar en el edén. Ninguno de los dos abandonaba el cuerpo del otro si quiera un segundo. Yo no podía, no podía hacerlo y tampoco quería.
Entonces llegó ese momento, separó su boca de mi oreja, que se encontraba ahí en ese momento, me miró fijamente, entornó los ojos, bajó su mano hasta sus bragas y la poso sobre la mía que se encontraba debajo de estas, soltó un sonoro suspiró, yo aumente el ritmo con el que había comenzado haciendo que se distrajera y soltara un segundo mi miembro, no me importo, yo estaba más que concentrada en ella; subió esa misma mano unos centímetros, yo aumenté algo más el ritmo, y entonces lo sentí, y ella si que lo sintió. Sentí como llegaba, apretó ligeramente la mano que tenía sobre la mía, y con la otra araño tiernamente mi torso. Me excito, me excito más aún. Me excitó saber que era yo quien le producía esa sensación. Todo me excitaba. Al terminar saqué lentamente mi mano de sus bragas, ella me miró, sonrió satisfecha y me besó. Yo reí contra su boca.
-Dios Justin... –suspiró.
Le miré, satisfecho también conmigo mismo. No me permitió decir nada más, se lanzó a mi cuello y su mano volvió a mi miembro retomando aquel movimiento. Mi corazón comenzó a latir más deprisa, ella iba cada vez más rápido y mis pulsaciones aumentaban con ella. Estaba apunto de explotar. Besaba mi cuello y movía su mano rítmicamente. Cada vez tenía más calor, diría que había empezado a sudar, casi a jadear en vez de suspirar. Era perfecto, genial. Entonces lo sentí, sentí un hormigueo que recorría entero mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies ha 10.000 kilómetros por hora. Sentía miles de cosas indescriptibles; solo sé que las sentía. Cuando por fin, pasó, terminé. Un suspiró ahogado salió de mi boca, y una risita de entre sus labios. Al terminar ambos nos tumbamos boca arriba y yo subí mis calzoncillos. Suspiré.
-Uf. –dije aún agitado.
-Te quiero.
Finalmente, se junto a mí, besó mi mejilla, me abrazó y se apoyó en mi pecho. 

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