lunes, 7 de noviembre de 2011

¡Imbécil!

Estaba realmente preocupada, no sé por qué, era obvio que no le pasaba nada. No podía haberle pasado nada. Pero me acerqué a él deprisa.
-¡Justin, Justin! Despierta.
Apenas si movió un pelo. Empecé a sacudirle, estaba asustada.
-¡Despierta joder Justin!
Y entonces por fin, abrió los ojos. Me miró adormilado.
-Dios, ¿qué pasa? ¿Por qué chillas?
Me lancé sobre él no pude evitarlo.
-Jaja, Ale, ¿estás bien?
Me separé de él, me miraba divertido.
-Me has asustado imbécil. –le empuje.
-¿Por qué? Solo estaba durmiendo.
-No te movías. –dije seria.
-Tengo un sueño muy profundo.
-Pues a Jazzy también el has pegado un buen susto.
Entonces, Jazzy que observaba al pie de la cama se acercó a nosotros corriendo, Justin cogió en el aire y la sentó en sus piernas. Yo me aparté y me apoyé sobre la pared.
-Es verdad Just no movías ni un pelo.
-Jajaja. Bueno, pues ya ves que estoy bien pequeña. –dijo agitando su pelo.
-Jaja, sí. –se abrazó a él.
Justin asomó la cabeza entre el cuerpo de Jazzy y me dedicó una sonrisa torcida.
Me encanta verle con su hermana. Es tan adorable, tan tierno.
De pronto la puerta se abrió de golpe y tras ella apareció Alice con Jaxon en brazos.
-¿Pasa algo? –preguntó.
-Jaja, no tranquila Alice. –dijo Justin.
Entonces Jazzy se separó de él y miró a Alice.
-¡Mamá! –bajó de la cama y fue hasta ella. –Es que Just no se movía y yo me he asustado.
Alice nos miró a ambos desde su posición, extrañada.
-Eh... Tengo el sueño muy profundo Alice, ya sabes... –dijo excusándose.
Alice no dijo nada, tan solo nos miró en silencio, hasta que por fin se decidió a hablar.
-Bueno, me llevo a Jazzy.
-Yo quiero quedarme mami. –replicó ella.
-Cielo, Just tiene que vestirse.
Entonces, ambos caímos en que solo llevaba los calzoncillos que yo le había sacado. Justin se sonrojó.
Jazzy no replicó más, salió con su madre de la habitación cerrando la puerta a su paso.
-¿De verdad te has asustado? –preguntó Justin divertido.
-Pues sí. –dije seria.
-Jajajaja, ¿qué iba a pasarme boba?
-Pues cualquier cosa.
-Jajaja. ¡Ais mi boba!
Me cogió del cuello me acercó a él agachándome la cabeza contra su torso y chocándome con él; alcé la cabeza cuando me soltó.
-Eh. –me quejé.
-¿Qué, eh?
-Eres imbécil.
-Jajaja.
Nos miramos a los ojos durante unos segundos, entonces el rompió el silencio.
-Te has hecho algo en el pelo. –afirmó, después me miró atentó.
-Te has fijado. –dije avergonzada.
-Cómo no iba a hacerlo. –no dije nada, tan solo sonreí. –Me gusta. –dijo pícaro.
-Gracias. –conteste melosa.
-¿Qué te has hecho?
-Rizármelo. –contesté obvia.
-Pues me encanta.
Me acerqué a él, despacio. Puse mi mano en su cuello, lo acaricié con el dorso de mi mano, sonrió; y justo cuando fui a besarle. Se separó de mí y se levantó. Le miré asombrada.
-Tengo que vestirme. –le miré mal. Rió. –Tengo frío. –le fulminé con la mirada.
No dije nada más, me apoyé contra el respaldo de la cama, y me crucé de brazos. Se puso los pantalones, yo le miraba de reojo, aunque sus abdominales me chillaban que mirara, no quería darle el gusto. Pero, al parecer se dio cuenta de que lo hacía.
-Eh, me estás mirando. –dijo sosteniendo la camiseta en una mano.
Entonces le miré, me centré en sus ojos.
-Eh, no.
-Sí, sí.
-Puede ser.
-Lo es.
-Bueno, ¿y qué si lo hago? Para algo eres mi chico.
Se acercó a mí, vacilante.
-Ah, ¿soy tu chico?
Se quedó frente a mí, sonriendo pícaro mientras yo intentaba no bajar la vista a esos abdominales que deseaba tanto.
-Eso me han contado.
-Ah, te han contado, ¿no?
-Sí, eso dicen. –contesté indiferente.
-¿Y quién dice eso? –se acercó a mí.
Entonces no pude evitarlo y mis ojos recurrieron de arriba abajo su torso desnudo.
-Eh, que se te van los ojos bonita.
-Ajá. –dije volviendo a sus ojos.
-Puedes tocar, eh. –se incorporó y me los mostró mejor, después rió.
Yo no dije nada, ¿qué iba a decir? Además ya los había tocado antes, era solo que, no sé. No sé muy bien que era. Cogió mi mano la colocó justo encima de la tira de sus calzoncillos y comenzó a subirla lentamente, y yo no apartaba mis ojos de los suyos. Aquello estaba siendo muy excitante. Sentía cada uno de sus marcados músculos del torso, lo sentía perfectamente. Estaba frío y mi mano caliente, por lo que sentía como se erizaba su piel a mi roce. De pronto apartó mi mano sin más, se alejó de mí y se puso la camiseta negra, cubriendo su cuerpo.
-Se acabó lo que se daba nena. –dijo chulo.
Mis ojos se abrieron como platos, ¿de qué cojones iba? Ese no era mi Justin de siempre, o por lo menos no conocía esa faceta suya. Entonces una vez me sonrió pícaramente se levantó la camiseta un segundo y me mostró los dientes, como si fuera un felino salvaje. Aquello me excito, ¿cómo no iba a hacerlo?
-Sé que te gusta. –dijo burlón.
Se agachó a coger sus zapatillas, se la puso y después dirigió su mirada hacia la cama. Yo me había cruzado de brazos, y me había limitado a mirarle.
-¿Qué pasa? –dijo acercándose.
Alce la vista que tenía clavada en el suelo, le mire un segundo, no dije nada y volví a mirar al suelo. Puso su mano derecha en mi barbilla, la alzó hasta encontrase con mi mala cara.
-¡Ais esos morritos! –dijo moviendo mi cara de un lado a otro.
Me deshice de su mano con brusquedad.
-¡Quita!
-Ay que la niña se enfada.
Me levanté de la cama.
-¡Eres un imbécil!
Su juego había empezado a cansarme, no entendía nada.
-Eh, eh. A mi no me hables así. –dijo con aire de superioridad. -¿Quién te crees?
-Pero... –dije confusa.
Se levantó haciéndome más difícil terminar la frase. Me empotró contra la pared, puso sus manos en mis caderas, pegó su cuerpo al mío y entonces me beso. Su lengua contra la mía moviéndose rápidamente, nuestros labios mojados pegados, ladeaba la cabeza de un lado para otro haciendo que fuera más intenso, su lengua se adentraba más en mi garganta, rozaba el interior de mis mofletes. Definitivamente era un beso de esos que te dejan sin respiración, y que cuando terminas a pesar de que te falta el oxígeno quieres otro igual, o incluso miles. Se separo de mí, mordió mi labio, se alejó, rió y entonces besó mi cuello. Cogí su pelo entre mis dedos y tiré de él; mordió mi cuello a modo de respuesta.
-Justin, ¿a qué juegas? –pregunte confusa y contra su oído.
Se separó de mí, sonrió pícaro y entonces se acercó a mi oído.
-¿No conoces este juego?
Negué con la cabeza.
-Pues se llama: “Ale, me pones un montón”.
En ese instante salió de mi boca una risa entrecortada.
-Pues no me gusta este juego.
-¿Por qué no? A mi me encanta.
No me dejo decir nada más, volvió a mi boca, se la comió y yo se lo permití. Me encanta cuando le de la vena pasional. Tras unos minutos besándonos volvió a separarse.
-Será mejor que vayamos abajo.
No me dejó tiempo de responder, cogió la camisa verde, se la puso, se digirió a la puerta de la habitación y abrió la puerta.
-¿No vienes?
Yo me había quedado pasmada en el sitio donde él me había dejado. Acababa de confirmarme que Ryan tenía razón, que aquella noche estaba cansado. Aunque no llegaba a comprender del todo, cómo era posible si hacia dos horas no podía ni sostenerse en pie, ahora derrochara pasión. Pero, no se lo pregunté.
Me acerqué a él, orgullosa, orgullosa de mí y de mi chico. Le di un beso tierno en los labios y  me acerqué a su oreja.
-Ya jugaremos a: “Justin, me pones mogollón”.
 Después salí de la habitación, no sin antes escuchar una risita pícara proveniente de su boca.






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